miércoles, 22 de enero de 2014

El niño viejo y su Curuzú porá

   Había una vez un hermoso lugar por el cual corría un bello arrollo entre enormes y frescas hortalizas que alimentaban a todo el poblado. En él, vivía un niño que admiraba su lugar y cada vez que viajaba, a todos los de afuera le contaba cuan bello era su Curuzú Cuatiá. Pasado el tiempo, el niño creció y como todo adulto del lugar tuvo que elegir su propio rumbo: irse a estudiar o trabajar dando servicios a la gran capital o quedarse a su tierra explotar. Como el niño adulto amaba tanto tanto su propio espacio, se alejo de él para no ver como en camiones se lo llevaban, pues nada podía hacer si se quedaba más que clavar en ella picos y palas ya que las huertas que tanto admiraba, fueron reemplazadas por "productivos" árboles en camadas, madera de primera gama.

   Pasado el tiempo, el niño viejo a su lugar regresó con jóvenes nietos que conocían esas tierras como mitos, por los hermosos cuentos de añoranza de su abuelito. Los nietos saltaban de emoción, al ver que ese lugar de sueños existía y tan alegremente disfrutaban del paisaje del hermoso que con jóvenes, amigos del lugar aprendieron a admirar jugando a la pelota, haciendo suyo ese lugar. Mientras con lágrimas de alegría los niños jóvenes creaban su ilusoria fantasía, el niño viejo envejecía con lágrimas de tristeza, de melancolía, al ver lo que otros hicieron con su lugar, con su vida: perforaron su corazón, lo extrajeron con minería, cavaron tan profundo en sus entrañas intentando rellenarlas con falsos bosques importados, su lugar, se lo quitaron, no sólo se fueron las frescas huertas de su infancia, también desapareció el arrollo que tantas tardes refrescaron sus andanzas. Y lo que más sentía que dolía pero a la vez lo alegraba ya que los jóvenes no sentían lo que él sufría, ya que al viejo lugar, como era antes no conocían ni lo conocerían, por esa razón sus inexperimentados ojos no percibían cuanta destrucción causó la misma economía que tanto desarrollo en su feliz pasado le prometió.