lunes, 20 de julio de 2015

La Cueva de Yubel

No había una vez, en una oscura, cómoda y reconfortante cueva, un niño llamado Yubel.
Yubel siempre vivió allí adentro de la cueva en soledad, pero no tenía idea, sólo sabía que él mismo existía.
La cueva, era oscura, cálida y extensamente amplia, enorme, grandísima, eso sentía, pero Yubel jamás había intentado tocar alguna de sus paredes ni alcanzar extremo alguno. Como allí no había luz, tampoco veía la lejanía de sus rincones. Para Yubel, no existían horizontes, pero sentía en todo momento a su alrededor techos y paredes.
Aunque en soledad vivía, solo nunca se sentía, porque siempre tenía debajo de él, a sus pies, su amado suelo, que todo le daba, que nada le hacía faltar. Aquel suelo que parecía infinito al no tener fronteras, le entregaba cuando en él buscaba, alimento. La vida que en él se hacía, y que en él vivía, era para Yubel, su familia, con quien compartía la vida, porque con Yubel convivían, dentro de la cueva, plantas y animales, insectos y grandes árboles, con dulcísimos frutos y flores de exquisitas fragancias que era todo lo que Yubel respiraba, porque allí no había fotosíntesis ni esas cosas raras, ya que todos vivían de y en la oscuridad, y del suelo que también era la fuentes que emanaba el agua que a todos saciaba cuando lo necesitaban.
Sus ojos, abiertos sólo veían aquella falta de luz, que podía considerar que ésta sea de negritud, porque la palabra “color” para Yubel no tenía valor, porque allí no existía ni el violeta, ni el verde, no existía el rojo y mucho menos el blanco. Sus ojos cerrados no veían la oscuridad, veíase el niño por dentro, se veía Yubel y lo que Yubel veía, ya que allí dentro, era donde él todo creaba.
Un día salió el Sol y Yubel creó una caja de fósforos. Al prender el primero, Yubel pudo observar por primera vez el interior de la cueva. ¡Fue maravilloso, asombroso, espectacular! Todas las cosas que Yubel podría ver con aquel invento suyo. Pero había un problema, cada vez que Yubel quería tocar alguna de todas aquellas asombrosas cosas, el fósforo se apagaba. Aquellas cosas se movían muy rápido y Yubel nunca podía alcanzarlas, y eso que intentaba e intentaba. Y lo que más a Yubel lo desconcertaba era que cada vez que encendía un nuevo fósforo las cosas se movían, y aparecían otras. Entonces, cuando muy ingeniosamente se memorizaba donde se localizaba aquello que quería palpar, la cosa ya no estaba allí.

Luego de un tiempo, Yubel se agotó de intentar atrapar aquello que desconocía, además, se le terminaron los fósforos de aquella caja inventada, estaba cansado y durmió. Al dormir, Yubel dio cuenta que aquellas cosas que vio dentro de la cueva, allí estaban, en su sueño, pero estaban quietas, y las podía agarrar. Yubel dedicó todo el sueño a acomodarlas una por una para guardarlas. Cuando despertó tenía mucha hambre y sed, palpó su suelo, agarró unas deliciosas zanahorias, de ahí mismo tomó agua, y al saciarse se dio cuenta que jamás había visto a su amado suelo, que en todos los fósforos que encendió sólo se dedicó a mirar aquello que se movía alrededor y que le producía tanto entretenimiento. Entonces con mucho entusiasmo y dedicación, cerró fuertemente los ojos y deseó, de nuevo creó una caja, con fósforos, pero esta vez ya no para intentaría agarrar espejismos que sólo le sirven para soñar.

viernes, 10 de julio de 2015

{[(Confesiones algebraicas de un estudiante de Matemáticas)]}

Profesor: Arriola Edgardo A. 
2do Parcial de Álgebra 
Comisión: “E”Año 2014
F(x)= todxs; Dom:{a,o}
Considero que sería una falta de respeto intentar enfrentarme con este señor parcial algebraico sin haber estudiado, pues antes de pasar vergüenza, prefiero a usted y a las matemáticas respetar. Dejando  para la música el “guitarrear”…
Desde niño, jugando, divirtiéndome con ellas, aprendí, a amarlas y respetarlas. El mundo a través de ellas siempre comprendí.
Recuerdos me llevan a mi feliz infancia. A los 4 años, mis hermanas me regalaron un cuadernito y un lápiz, con los cuales jugaba a resolver problemas, sí, jugaba, agregando y sustrayendo, con números o con palitos… Fui un niño raro, así me divertía yo…
Mis hermanas me escribían y leían problemas matemáticos, y yo jugaba a resolverlos, haciendo sumas y restas; yo creo que mi abuela Negra, la profesora de Lengua, le decía a mis hermanas que lo hagan, hasta les habrá dado la plata para comprarme el cuaderno y el lápiz.
También recuerdo cuanto me divertía observar sucesiones de hormigas que juntas al infinito tendían. Eso ya en los tiempos de la escuela primaria que tan bien me iba en matemática, con mi cuaderno lleno de dieces, los multiplicaba cada semana. Pero a mis compañerxs, no les iba igual que a mí. Algo pasaba que no podíamos caminar así como las hormigas y entre todxs tender al infinito construyendo algo grande juntxs. A ellxs no les divertía hacer matemáticas, al contrario, sufrimiento en sus rostros se les notaba. Yo creo que era porque ellxs no sabían jugar a las matemáticas.
Yo veía a mis compañerxs que, al performarlos diciéndoles que estaban “mal”, infinitesimalmente se negaban hacia la nada, nada que sufrían, y aunque se esforzaran, nada entendían, no les salía, tanto les costaba que los evitaban, dándose por vencidos ante los problemas que en Matemática les presentaban. Alguno zafaba con “el compañero piola” que los resultados le tiraba, o el que cobraba (en especias, en defensa o en dinero) y que a máxima velocidad terminaba el examen para que su hoja recorra por los bancos de quienes pagaban. Uno de estos mercenarios, hoy es economista, contador. Como es la vida, hoy sigue cobrando por lo mismo que de niño hacía, resolverles las cuentas a otros, que tal vez de niños pagaban para salir bien en sus exámenes. Es que para algunos, los números nos sirven para resolver los problemas, para otros, los números son los problemas…
Cuestión que… como sufrían mis compañerxs con esos 000000 (ceros) que el maestro le ponía; con esos NO, que significantemente les decía: “vos estás mal”; les daba a entender que su lógica, que su forma de pensar, no era correcta, y lo diagnosticaban corrigiéndoles sólo el resultado, porque de proceso, en aquellos tiempos, ni se hablaba, o al menos yo no lo escuchaba.
Algunos se sentían destinados a ser fracasados. Esos que en la casa no tenían un familiar que les enseñe a jugar con los números. Pero hoy siendo albañiles o con un plan “regalado”, la escuela terminaron, igualmente se quedaron calculando, y una lástima su resultado porque es equivalente a que estudiar no es lo suyo.
Mi realidad la percibí diferente, aquella vida de niño, la recuerdo como si hubiera pasado por mis papilas gustativas, como si a mi infancia la hubiera saboreado: la maestra me deleitaba con cuan fríos diversos sabores de helado; de sumas, de restas, y hasta multiplicaciones, pero yo siempre prefería a mis siempre favoritas divisiones; y era el sabor que más me gustaba por tanta intrigaba que me causaba. Yo siempre impaciente con mi cucurucho esperaba para disfrutar de aquellos dulces que la maestra en la hora de Matemática siempre entregaba. Pero un día, al mirar a mi lado, me di cuenta que no todos mis compañeros tenían cucurucho. Me horroricé al ver como sufrían al sentir que aquella sustancia a temperatura bajo cero, fría y pegajosa, les caía sobre las manos, mientras se derretía chorreándolos, ensuciándolos. No entendía como no sabían comerlo, saborearlo, tan rico que para mí era. A partir de aquel día, empecé a aprender a compartir mi cucurucho y conseguí cucharitas para disfrutar de las Matemáticas en conjunto con otros. Así aprendí a aprender enseñando, y que con el enseñar, que día a día aprendo más y más, disfruto tanto y más que cuando me divertía solo, de niño, yo, mi lápiz y mi cuadernito, con cual y donde cuento, donde escribo, donde opero y registro, entendimos que las letras, los números, los lenguajes y las matemáticas, no son tan distintas como nos la presentan, pues están dadas por una misma lógica; ya hablando de sumar, agregar, restar, quitar, sacar, diferenciar, multiplicar, doblegar, dividir, fraccionar, potenciar, razonar o encontrarle la raíz a la identidad ()…  

El Interpretado
Dedicado al profesor Edgardo Arriola
de la Cátedra "Algebra"
del IES "San Fernando Rey"
Chaco