martes, 8 de abril de 2014

El Abuelo y el Gomero


Recuerdo que de niño jugaba sobre sus aéreas raíces. Ubicado en la vereda de la calle Juan B. Justo, en la Resistencia añorada de mi infancia, veía como el tiempo ordeñaba sus frutos verdes y peludos, que tanto me insistían los adultos que veneno contenían, que no era un extracto lácteo, como parecía.
Un día, más bien de noche, desatada estaba una gran tormenta en las afueras de la casa de don Díaz Colodrero, “El Negro”. Su nieto durmiendo despertó ante la caída de un gran trueno. Fue tan pero tan fuerte el estruendo, que el niño se asustó con terrible sonido del entierro del cielo. Pero lo menos que sintió fue miedo, pues con el nono a su lado no podría sentirse inseguro, pues ese gran hombre, fuerte y seguro, amable y escrupuloso, compañero, querido y admirado por todos, por su nieto sobre todo, que dormía a su lado por las noches, pesadillas no tenía, ya que con el abuelo sólo un mundo mejor soñar se podía.
El rayo caído del cielo, al árbol que mi abuelo alguna vez plantó, lo partió. Pero la astilla enterrada que era de la rama de don Colodrero, su naturaleza como palo resistente compartía. El Gomero ante su naturaleza resistió a esa agresiva descarga que sólo una rama le partió. Digamos que la naturaleza lo podó y así vivió, con la cicatriz del resistir a la vida, a la naturaleza, al amor, tanto así como el gran hombre que sus raíces enterró.
Un gran hombre, un gran árbol. “Si los árboles hablaran” contarían aquellas vidas apreciadas, dirían quienes eran las personas que su lugar amaban, que a su espacio respetaban, que sus raíces abonaban y bien fuerte se mantenían por recordar de donde venían y a quienes debían todo lo que le había dado la vida.
Hoy, este narrador que fue feliz de niño, que si bien añora a quien alguna vez hubiera dado todo por él, lo recuerda en los sueños que aun con esperanza mantiene vivos. Vivos como el árbol y el hombre que en su corazón así se mantienen.
El abuelo no era gomero, pero el Gomero fue un abuelo. El árbol no era un hombre, pero el hombre dio frutos, y no sólo porque era jardinero y tenía un vivero. Aquel hombre, como avispa sudafricana, dio muchos hijos gomeros que hoy en Resistencia viven dandole de respirar a la ciudad.

El abuelo ya no está en su materialidad. El árbol no sé si aun a la “Juan B. Justo 535” su sombra regalará, pero se escuchan voces que gritan por quienes no pueden reclamar, que luchan por esos ancianos que siguen dando frutos a la ciudad, pero hay quienes por un cartel los quieren arrancar. 

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